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Un sofá nuestro para descansar: conversación con Emmanuel Cortés.

10/15/2025

 
Por Daniel Cortez Abreu.

Emmanuel Cortés (México, 1988) se define como artista multidisciplinario y «doble migrante». Ha vivido en la ciudad de Chicago la mayor parte de su vida —lugar en el que se instalaron sus padres después de migrar desde México— si bien reside en Bruselas con su pareja desde hace ya ocho años. Ha estudiado urbanismo y se interesó por la economía circular, aunque se ha formado también en escultura clásica y ha enfocado su trabajo hacia la restauración y reparación textil. Emmanuel es un artista seropositivo que desde hace casi seis años ha experimentado una catálisis de su trabajo artístico a través de compartir y reflexionar sobre su estatus serológico en asambleas, grupos de charla y performances, abarcando temas tabúes y explorando el cruce entre la experiencia de vivir con el VIH, ser migrante y marica. Comenta que actualmente su práctica artística está atravesada por el cuestionamiento de su posición en el mundo. Al aparecer ante la cámara transmite una expresión que transita entre lo risueño y la tranquilidad. Al hablar su voz transmite serenidad. En esta ocasión, dirigimos el dialogo hacia el descanso, el cansancio y su relación con la experiencia de vivir con VIH —sin dejar de mirar otros horizontes— especialmente en relación a su pieza: El sofá sidoso.
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El sofá del sida de Emmanuel Cortés instalado en cepa. Archivo 2025.
Daniel Cortez Abreu (DCA). Presentas una pieza creada en 2023 dentro del proyecto asambleario Aids Archives and Arts Assemblies ("Asambleas en Bélgica sobre sida, archivos y arte", en su traducción al español), que describes como punto de partida para hablar sobre sida y descanso. Surgió junto a lxs artistas nixie y Raphaël Kalengayi Junior, y con participantes del encuentro público We Need to Talk ("Necesitamos hablar"). La pieza titulada El Sofá, es un mueble plegable tipo diván que puede portarse como mochila. Sobre su tejido llevas tres preguntas bordadas en español, inglés, francés y neerlandés:

             «¿Cómo lidiamos con las infecciones?»
             «¿A quién pertenece el sida?»
             «¿Podemos tomarnos un descanso de revelar nuestro estatus serológico?»

Quisiera empezar por algo básico: ¿Por qué elegiste un sofá y no una mesa, cama o esterilla que también podrían ser considerados elementos para el descanso?
 
Emmanuel Cortés (EC). [Luce un poco sorprendido y sonríe]. Es muy buena pregunta. Uhmm, lo que me hizo escoger el sofá fue la idea crear algo que me permitiera coser más ampliamente y tener una superficie un poco más adaptada para que pueda ser portátil. También es como una mezcla entre una silla y una cama. Entonces fue el happy medium [el «término medio»] que encontramos. Era como para encontrar una línea directa al Aids Quilt, que tiene como influencia también el cuerpo, ¿no? O sea, un cuerpo tirado o el ataúd. De hecho, las dimensiones son más o menos las mismas que las de un rectángulo del Aids Quilt. Así, al integrar esta historia que nos acompaña, surgió naturalmente incorporar esas influencias. Finalmente, una camita plegable que funcionara como sofá me pareció la solución más sencilla.

DCA. Algo que me resulta intrigante: siendo que el deseo de descansar es central —e incluso explícito en una pregunta "tatuada" en la pieza—, ¿podrías hablarnos del lugar del descanso en la sociedad actual? Y si ese hablar sobre el deseo del descanso tiene algún lugar importante en tu obra o lo había tenido previamente en tu creación artística. También me gustaría saber, ¿qué lugar ocupa el descanso cuando hablamos sobre el VH?

EC. [Se ríe brevemente]. Pienso que el único lugar que el descanso tiene en nuestra sociedad es un lugar de shame: de culpa o de vergüenza, de ser perezoso por no querer trabajar o querer producir algo. Entonces esta idea de producir todo y todo el tiempo de nuestra vida. Bueno, el descanso es todo lo opuesto a eso. Me quise basar en esa idea y, quizás, tratar de traerla hacia las sinergias del VIH. Nos dimos cuenta que, las personas que vivimos con VIH, escondemos mucho nuestro deseo de descansar, porque nos cansamos más sin poder decirlo. Bueno, igual hablo de algo muy personal, pero queremos vernos como una persona normal, sin problemas, sin un virus que nos derrota y sin decir que las pastillas que tomamos nos cansan mucho. O sea, todas esas son cosas negativas que no queremos decir.  Son temas de los que no hablamos y esta pieza ha sido para abrir ese tipo de conversaciones. Durante la asamblea de 2023, hemos elaborado una lista de deseos para que acompañarán al edición de 2024 y ahí ha surgido el tema del descanso. Y nos hemos dicho: «bueno, pues hay que hablar de descanso». Porque jamás hablamos de eso, jamás hablamos de esa necesidad, ni como persona viviendo con VIH, ni toda la sociedad como lo has dicho.
 
DCA. Hay algo que quiero traer luego de manera más específica, pero me gustaría ir poniendo sobre la mesa que parece que el descanso es una invitación al no hacer como inacción, aunque desde mi perspectiva personal el descanso es una acción en sí misma, es un hacer, pero es una forma de hacer en un tiempo distinto. De hecho, es una forma de retomar o aprovechar el tiempo que se nos arrebata en un mundo hiperactivo, ultracapitalista y colonialista que nos genera mucho cansancio. Entonces, parece que el descanso se mete en el clóset y es algo que tratamos de ocultar porque ese no hacer genera culpa. Y esto forma parte de cómo construimos una identidad visual, de cómo nos mostramos ante los demás. Sin embargo, quería seguir preguntándote: ¿crees que tenemos otras herramientas para descansar? Mas allá del sofá o la cama ¿existen otras herramientas, políticas o tecnologías que podamos utilizar para descansar o visibilizar la necesidad de parar y de hablar de una manera más sosegada sobre lo que nos pasa?
 
EC. [Se aclara la garganta y toma un tono un poco más serio]. Creo que no concebimos el descanso como una herramienta. Siento que necesitamos pensar de un modo útil: tener más cenas entre amigos en donde podamos platicar de cosas un poco más íntimas, un poco más duras. Son lugares extremadamente políticos a los que olvidamos que tenemos acceso. Entonces es una herramienta muy, muy, muy fuerte que solemos olvidar. Es algo que últimamente mi esposo y yo hemos tratado de hacer más: invitar a más amigos a la casa. Y al mismo tiempo, aunque cocinar o hacer una comida es producir algo, platicar y comer es muy rico [se ríe relajadamente].
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DCA. Ahora que has hablado de construir espacios, cuando vi las fotos de tu pieza me hizo reflexionar sobre el hecho de que está construida muy artesanalmente y las preguntas se cosen a mano. Eso exige una concentración y una práctica contemplativa. De hecho, la misma acción de descansar, que no solamente se puede entender como la inacción o la suspensión de la vida, sino que también incluye la posibilidad de entrar en esa quietud para vivir lentamente o de escuchar de manera más atenta. Finalmente, también es una práctica contemplativa ¿no? También me llama la atención que la pieza es portable, por lo tanto, puedes trasladar tu herramienta y tu espacio de contemplación a otros puntos. Me parece interesante también saber si crees que podemos, al menos desde la práctica artística, entender los espacios de creación como espacios de descanso.
 
EC. [Responde de manera suave, pero contundente]. Yo digo que sí. Pienso que sí. De hecho, este proyecto, —el nombre del proyecto en español completo es Asambleas en Bélgica sobre el sida, los archivos y las artes—, se llevó a cabo durante 2023 y 2024. El proyecto tenía como focos hacer dos asambleas, en julio de cada año, y —para explicarlo más rápido, o sea, para tratar de explicar rápido un proyecto muy, muy complejo— la idea en sí fue hacer dos asambleas y que la asamblea en sí sea la obra de arte. «¿Y qué vamos a hacer en la asamblea?» Lo que vamos a hacer en la asamblea no va a ser «algo», no va a ser una publicación, no lo vamos a publicar en algún sitio, no vamos a hacerlo para Instagram o ningún social media. Vamos a apuntar a artistas viviendo con VIH y abrir las puertas a todo tipo de conversación. Cada uno puede traer cualquier proyecto: libro, música o la comida que quiera. Durante diez días nos vamos a sentar y platicar. Si se hace un baile, son bailes, si es una obra de teatro y escribimos juntos, se hará también. Pero en sí la idea era nada más reunirnos: hacer una asamblea y eso fue la obra de arte. En 2023, hicimos una lista de deseos de las cosas que se llevarían a cabo en el año que sigue. Uno de esos deseos fue el deseo de tener más descanso. De ahí salió El Sofá. En diciembre de 2023 se hizo El Sofá y el evento Necesitamos hablar, juntamos a un público con artistas —nixie y Raphaël— y no produjimos una obra de arte o una obra de teatro, produjimos nada más una plática alrededor de ese sofá con las preguntas que estaban cosidas. Claro, se hizo mucho trabajo antes: tuvimos un panfleto, hicimos una lista de 40 preguntas. Hay mucho trabajo que se lleva a cabo, pero, en sí lo que se mostró, el producto al cual estamos acostumbrados no salió. No fue un producto terminado. Y es lo que es lo que más me interesa: poder transformar el arte en algo más contemplativo y con más oportunidades de descanso ¿no?
 
DCA. Volviendo al hecho de que la pieza es portable, fuera de la entrevista me comentaste que El Sofá se está moviendo, pero ¿a qué otros sitios se mueve? ¿quién está cargando ese sofá?
 
EC. Bueno, es parte de las negociaciones que tuvimos que hacer cuando el sofá se vendió a una colección del centro cultural Le Delta, en la región de Namur, la parte sur de Bélgica, cuya colección se enfoca en arte feminista y sobre todo obras de personas femeninas desde los años sesenta. Aunque últimamente ha cambiado un poco lo que entra. Lo que queríamos nosotros era que sobre todo estuviera en ciertas instituciones, museos o centro culturales que lleven a cabo charlas sobre la sexualidad, sobre el VIH, maricones, brujas o sobre toda la mafia del arcoíris —por no usar el acrónimo, que no me gusta— [se ríe distendidamente]. Como no teníamos fondos, la vendimos a este museo, pero con la promesa de que la dejaran turnear [o sea, mover o girar]. Así que ahora está allí, pero no sabemos a dónde más va a salir porque depende de elles. Sí se puede hacer un préstamo de la obra para que así se garantice su movilidad .
 
DCA. En torno a We need to talk («Necesitamos hablar») también se plantea la pregunta de cómo nos relacionamos con el VIH, o sea cómo relacionamos el VIH a otras infecciones u otras enfermedades. Personalmente, vivo con dolor crónico por otros problemas de salud y creo que hay un punto de unión entre el activismo disca y el activismo. También es una reflexión sobre cómo vivimos con el VIH y, que aún falta por explorar, porque en cierto sentido también forma parte del espectro de la enfermedad. No sé si has pensado sobre ello y si no ¿de qué manera crees que el descanso o el cansancio podrían articular esa conversación?
 
EC. Hice un taller hace un año sobre las infecciones, las enfermedades inflamatorias y todo lo que inflama y la gente que participó no era necesariamente gente viviendo con el VIH, pero sí gente viviendo con problemas crónicos y tuvimos estas conversaciones sobre los puentes entre el VIH y otros problemas crónicos. Hablamos mucho del descanso y siento que todo mundo sufre, de una manera o de otra, de algún problema crónico, sea médico, mental, o… el trabajo. Bueno, la producción es un problema inflamatorio, es un problema capitalista que lo único que hace es inflamar toda parte de tu vida. Es así como empiezo a hacer puentes entre mi vida, o sea, mi realidad y la de otros en torno al descanso. Estoy empezando a ver en dónde están esos puentes y cuáles son. Pero, de hecho, hay muchísimas similitudes.
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El sofá del sida de Emmanuel Cortés instalado en cepa. Archivo 2025.
DCA. Ahora que has hablado sobre la inflamación, que es en cierta forma la base de muchas enfermedades crónicas, yo quería traer al cansancio como parte de la conversación. La inflamación puede producir mucho cansancio y esta idea también nos puede llevar a pensar sobre el bienestar y el malestar. Respecto al cansancio, el filósofo Byung-Chul Han en su libro La sociedad del cansancio distingue entre el cansancio del agotamiento: un cansancio de la potencia —de la posibilidad o la incapacidad para hacer algo—, y el cansancio fundamental, una idea que él toma de Peter Handke. Este cansancio fundamental sería un cansancio que inspira o que deja que surja el espíritu, que conlleva un tiempo más lento y una activación de los sentidos mucho más contemplativa y no agotadora, con la capacidad de simular una especie de rejuvenecimiento. Entonces, tomando en cuenta todo esto, me gustaría saber en qué categorías crees que entra el cansancio relacionado al VIH. También me gustaría saber si crees que existe un agotamiento social o colectivo en torno al VIH.
 
EC. Sí, claro que sí [responde un poco dubitativo]. Siento que la pregunta que pusimos en el sofá se refería mucho al activismo y a las pláticas que se encuentran en lugares artísticos y culturales que hablan sobre VIH, porque siempre somos nosotros los que estamos enseñando, compartiendo nuestro saber, nuestra experiencia. O sea, we are always teaching someone [«siempre estamos instruyendo a alguien»]. La pregunta del agotamiento social me llamó mucho la atención porque no es necesario tener que decirle a todo el mundo que tenemos un virus. O sea, no hay una razón —al menos que no tengas acceso a tus medicinas o algo así—, por la cual tengas que compartir tu estatus serológico con cualquier persona. No hay una sola, según yo. No sé si me explico.
 
DCA. Sí, yo creo que te refieres al hecho de que tal vez el VIH es, no la única, pero sí de las pocas enfermedades o condiciones de salud —como se le quiera llamar— en la que revelar el diagnóstico es un acto tremendamente político porque realmente en la vida cotidiana, al menos hoy en día, no tiene un impacto tan intenso en comparación con el pasado. Es decir, si tú me dices que eres diabético o sufres de hipertensión, pues, yo entenderé que te sientes mal y que hay una serie de cosas en tus rutinas que van a ser distintas. No es que no ocurra con el VIH, pero la potencia política de decir «oye, tengo VIH» no es la misma. De alguna manera parece que el diagnóstico de la infección fagocita, no solo la cotidianidad, sino también otras esferas de la vida. Por eso quería saber tu opinión sobre en qué categoría del cansancio podía caber el hecho de vivir con VIH.
 
EC. Pues, siento que en los dos. Porque tenemos varios días en los que compartimos nuestro ser, o sea, podemos hablar de la vida social de una forma menos íntima y eso llega a ser algo más político en la sociedad en general. En esta vía o en este carril, es más cansancio que agotamiento, ¿no? Pero hay otro carril, mucho más íntimo con la comunidad, entre nosotros, o entre la gente que ha vivido cosas muy fuertes, entonces llegas a ese punto medio, en el que digo que llega a ser un cansancio fundamental. Siento que nos lleva de alguna manera a aliviar un poco la carga que tenemos sobre nuestros hombros, y que no se puede compartir con nadie más, que jamás se va a entender. Entonces el compartirlo con alguien o tener una charla como la que estamos teniendo tú y yo es mucho más liberadora. Ahí hay mucho más descanso que tener esa plática con un blanco curador de una exhibición en un museo que quiera extraer toda esa información y ponerla bajo su nombre ¿ves? Entonces siento que en esos dos carriles en los cuales compartimos muchas cosas respecto el VIH se padece de alguna u otra forma de cansancio.
 
DCA. Respecto a la comunidad, ¿cómo podemos aprovechar el VIH como una nueva oportunidad para fortalecer lazos familiares? Podemos decir que el diagnóstico tiene la capacidad de aglutinar una potente comunidad de apoyo y de escucha que se convierte incluso en una familia no consanguínea de la manera clásicamente entendida. También no sé si crees que existen otras formas colectivas de descansar.
 
EC. [Mira a otro lado y toma una actitud más pensativa] Eh, de descansar... Es una pregunta muy interesante, porque no me llega rápidamente una respuesta, pero la idea de descanso colectivo se me hace muy… ¿cuándo hacemos eso? ¡Jamás! Siento que es algo que no uno no se imagina tan fácilmente. Yo no me puedo imaginar fácilmente, no sé, ir a acampar o ir a una caminata tranquila con amigos. Pero son acciones que igual siguen siendo una acción ¿no? Es muy difícil pensar afuera de la producción.
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DCA. Y también de lo individual ¿no? Porque, por ejemplo, yo que vivo con dolor crónico, cuando le planteo a mis amigos que quiero echemos una siesta o que tal vez hagamos un plan en el que justamente descansemos, que no sea todo el rato correr, visitar, ir de un sitio a otro o pagar por algo, realmente hay una sensación de extrañamiento, de «¿cómo es posible?». Eso también tiene que ver con la forma en manejamos el malestar, la ansiedad y la activación conductual. Siempre hay estrategias o técnicas para funcionar mejor y que priorizan sobre todo la productividad desde un punto de vista muy individual y no comunitario. Da la impresión de que es como una especie de alivio o de parche puesto para volver a entrar dentro de la maquinaria productiva. El descanso no se toma como un aspecto central de la vida cotidiana. Eso influye muchísimo en cómo definimos y qué expectativas se generan respecto al bienestar o el malestar. Por eso quería plantearte lo siguiente: ¿qué otras estrategias o acciones podíamos tomar de manera colectiva para llevar el descanso como una estrategia política que te permita estar mejor? Y en general, ¿qué otras acciones podríamos llevar a cabo para generar una reflexión que parta desde el bienestar y no desde el malestar? No sé si crees que eso es posible o todavía nos hace falta mucho para llegar ahí.
 
EC. No, yo creo que es posible [responde rápidamente]. La cosa es que hay que hablar de esas cosas un poco más. Y también de ser claros en lo que queremos hacer colectivamente. Entonces, si vamos a juntar gente, digamos, para hacer algo artístico como una obra, la idea no es de terminar con un producto finito, sino de hacer algo juntos que no lleve a nada. Se oye muy contraintuitivo, pero haz de cuenta que, si organizas una asamblea en donde invitas a gente que quiera pintar, pues vamos a pintar y la idea es juntarse, pintar, tomar algo y comer juntos. Las pinturas nunca se van a ver o salir. No las vamos a mostrar, no vamos a hacer crítica, nada. Se trata de estar ahí y pintar. Es una idea muy sencilla de hacer algo juntos; claro que todo el mundo va a querer llevarse su pieza a su casa, pero la idea no es esa. Decirlo claramente al principio siento que puede cambiar cómo se hace la experiencia de hacer algo colectivo.
 
DCA. Sí, parece también que es como un alivio de las expectativas de lo que se pretende: no vengo aquí a producir, sino vengo a estar; finalmente a vivir, ¿no? A conectar con los sentidos.
 
EC. Exactamente. Y siento que en el vocabulario que usamos es muy importante ser claro. Esto últimamente ha sido más difícil: ser claro en lo que es, cómo describimos nuestros eventos, nuestras acciones. No sé, pero tener derecho al punto. No sé si es porque en Bruselas o los franceses hablan como en círculos y nunca llegan a nada [se ríe brevemente]. No sé qué sea.
 
DCA. ¿Pero crees entonces que nos hace falta tiempo o lenguaje para llegar a eso?
 
EC. Los dos, los dos. Siento que el lenguaje está ahí, pero no sabemos usarlo de una manera que nos permita llevar a cabo el descanso [sonríe de nuevo].
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DCA. Y respecto a todo lo que hemos hablado ¿crees que actualmente hay aspectos, preguntas o reflexiones que deberíamos priorizar cuando hablamos del VIH? ¿Sobre qué cosas nos hace falta hablar en relación al VIH de manera más prioritaria? No sé si crees que estamos enfocando las cosas de una manera errónea o tal vez deberíamos encausar las conversaciones hacia otros caminos.

EC. Me gusta la idea de hablar sobre VIH, pero no hablar del VIH [se ríe de manera distendida]. O sea, hablar de la persona más que nada, ¿no? De tener un punto de vista más, aparte del virus. Más humano, ¿tal vez? De su impacto en nuestra vida. No es decir que no quiera hablar del VIH, porque ciento por ciento quiero hablar de VIH, pero las formas más interesantes son decir «ok, esta persona es escritor y escribe sobre el futuro y escribe sobre las cosas que queremos en el futuro», algo que no podría ser sobre el VIH, pero en algún momento en esa historia va a salir, va a surgir ¿no? Se me hace mucho más interesante ver cómo vamos a llegar a ese punto a hablar solo de nuestros dolores o nuestras inflamaciones.
 
DCA. En Estados Unidos, a pesar de las dificultades, y aunque se podría considerar como la cuna del capitalismo moderno, es mucho más fácil también acceder a estas cosas por esa misma dinámica «fast» [de rapidez] en la que todo está muy disponible ¿no? Parece que es mucho más cercana, y que tal vez aquí es más lenta y subrepticia, pero una vez que entras está mas cooptada por ciertos grupos y puede ser que quite complejidad a las cosas.
 
EC. Sí. Desde que me mudé a Bruselas he sido un poco más vocal sobre mi estatus serológico. Soy menos tímido con eso. Entonces me doy cuenta, un poco más, de cosas que existen o que no existen. Siento que en los Estados Unidos hay los mismos problemas para el acceso al tratamiento, por ejemplo, pero aquí se habla muchísimo menos. Si no tiene papeles, o no hablas el lenguaje, llegar a tener un doctor o la medicina es muy difícil. En Bruselas yo lo noto mucho más tal vez porque igual ahora hablo mucho más de esto. No sé si sea un sesgo mío o es la realidad.
 
DCA. Antes de concluir, me gustaría que comentaras un poco cómo se vive la experiencia comunitaria de ser una persona migrante, racializada y tener VIH en Bélgica. No sé si tenéis representación o voz en campañas o espacios, o como suele suceder, si está mayormente cooptado por la blanquitud.
 
EC.  La verdad es que no existe casi nada para la comunidad racializada. No existe. Está completamente cooptada y casi todo tipo de evento es blanco. La mayor parte de los eventos que son públicos, hechos por las instituciones, están llenos de gente blanca que, al menos el cincuenta por ciento del tiempo, ni siquiera son personas viviendo con VIH. Entonces, por eso es interesante tener este tipo de proyecto porque hacemos comunidad y tratamos de hacer algo para cambiarlo a través de eventos más variados y que sean abiertos. También hay eventos más íntimos solo para gente racializada y viviendo con VIH, sobre todo porque los eventos que son muy públicos y la idea de ser visible atrae a mucha gente, pero no a la gente que necesita tener ese espacio.

DCA. Estaría tan a gusto estar toda la tarde hablando contigo, pero tenemos que ir cerrando y antes me gustaría que pudiéramos concluir, tal vez, con este ejercicio del artista Jhoel Zempoalteca sobre plantear otra pregunta o devolver alguna pregunta ¿Qué otra pregunta podríamos poner a descansar sobre el sofá?
 
EC. Hay muchísimas preguntas que me encantarían poner en el sofá. Una de las cuales no se pudo usar y que me gusta mucho es: ¿quiénes faltan? Eso habla de muchísima gente, no solo a la que perdimos, sino la que está en el closet y la que no está platicando sobre estas cosas. Aunque bueno, va mucho más allá de eso. Me interesan esas preguntas que parecen sencillas, pero que son un poco complejas y que tienen que ver con la memoria.
 
DCA. Totalmente. Sigue allí esa percepción de la memoria, como decíamos, solo desde el archivo material, pero también el hecho de que estemos aquí, nosotros dos hablando, ya es memoria encarnada y eso hay que ponerlo en valor. Muchas gracias, Emmanuel. ​

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